sábado, 12 de enero de 2013

1. Admitida.

Todo transcurría con total normalidad en Copperfield Street, un pequeño callejón que se esconde tras la famosa calle Union Street. Era un lugar muy poco conocido y poco transitado, la verdad.
Por esta desconocida hilera, habitaban unas 8 casitas bastante acogedoras y muy unidas entre sí; al frente de éstas, se hallan unos pequeños jardines comunales y el edificio de una antigua alcaldía de Southwark.
Era un lugar bastante cómodo y único entre tantos edificios descomunales y modernos. Comenzaba a amanecer y el sereno de las calles ya comenzaba a tomar protagonismo, ya que, eran finales de agosto; todo parecía estar en calma y en perfecta armonía, sin embargo, los gritos del señor John Moore retumbaban en toda la pequeña vecindad.
John era un hombre de unos 40 años, casado y con una hija de 11 años. Trabajaba como secretario en uno de los colegios públicos más conocidos en Londres y su salario no llegaba a mucho más, por lo tanto, era una familia algo humilde.
-¡Esto es intolerante, Susan!- gritaba, bastante irritado éste.
-¿Por qué la coges siempre con Amber? ¡Solo tiene 11 años!- justificaba una mujer de 38 años y profesora de música.
Los padres de Amber se habían conocido en el mismo colegio y se casaron bastante jóvenes; sin embargo, con el paso del tiempo, las discusiones y riñas, se convirtió en algo muy habitual.
Desde que, Amber, tenía uso de razón siempre la habían regañado por cosas que ella no hacia y la culpaban de haberlo hecho.
-¡Como vuelva a hacer algo de esto, te juro Susan, que la meto en un correccional!- decía éste, con un destello de ira en sus pequeños y castaños ojos.
-¡¿Cómo te atreves a jurarme semejante cosa, John?! ¡Eres un hombre horrible!- gritaba muy histérica.
La verdad, los padres se Amber, tenían un físico muy desproporcionado y humorístico a la vez; pues, el señor Moore, era un hombre de estatura media y bastante relleno. Llevaba una barba bien arreglada y comenzaba a clarear en su rechoncha cabeza.
Mientras que, la señora Moore, era más alta que su marido, delgada y con un pelo castaño que siempre lo llevaba recogido con un clásico moño.
Por fortuna, Amber había heredado las mejores características físicas de sus extraños padres.
La muchacha escuchaba cómo discutían desde su habitación, pero los ignoraba por completo. Estaba cansada de cargar con castigos injustificados.
-¡Susan, dile que baje! ¡Que baje ahora mismo!- seguía irritado.
-¡Amber Joan Moore, baja inmediatamente!- le gritaba su madre desde el salón.

La muchacha suspiró de cansancio, pero obedeció sin rechistar. Dejó de cepillar su alargado y ondulado cabello, y comenzó a bajar las chirriantes escaleras que daban a la entrada de la casa y, a su vez, llevaban al pequeño salón.
-Ya estamos hartos de tu actitud, señorita- refunfuñaba su padre, tomándola del antebrazo.
-¡Me haces daño!- se quejaba la joven, intentando soltarse de la gruesa mano de su padre.
John sentó a su hija en el antiguo sillón de éste y, éstos, se pusieron al frente de la joven. Estaban muy enfadados y esperaban una explicación de lo ocurrido.
El interior de la casa parecía un viaje al pasado, pues todo estaba adornado como una casa humilde de los años 80.
-¡¿Se puede saber, por qué has cargado tu genio preadolescente, con mi despacho?! ¡Ahora no encuentro los formularios ni las inscripciones que necesitaba el director hoy!- se desquiciaba aún más.
-¡Yo no he hecho nada! Siempre me culpáis de cosas que no he hecho- se defendía, bastante harta.
-¡No, ni se te ocurra llevarme la contraria, Amber! Tu madre y yo, hemos intentado educarte de la mejor manera posible y tú nos lo pagas de esta manera...- decía con un tono de víctima.
La joven miró hacia el suelo y no murmuró nada más. Era cierto que, desde que tenía 4 años, las cosas raras que pasaban a su alrededor, siempre coincidían con sus pensamientos y deseos... Cuando sentía miedo o enojo, pero siempre creía en que todo podía ser una mera coincidencia.
-Amber, ¿qué más podemos hacer? ¿Por qué actúas así con nosotros?- se lamentaba su madre.
-Lo siento...- se disculpaba la joven, con tristeza.
-¡Más te vale sentirlo!- se crecía John.
Sin embargo, la muchacha prefirió mantener el silencio y, cabizbaja, miró hacia la vieja chimenea del salón.
-Todo esto, ha sido culpa tuya, Susan. La has maleduca...- había sido interrumpido, pues alguien había llamado a la puerta.
Los tres miraron hacia la entrada, ¿quién podría llamar tan temprano a su puerta? No esperaban visitas familiares, pues todos habían fallecido y tampoco tenían muchos amigos.
Eran un matrimonio bastante irritante y difícil de tratar, y sino, que se lo digan a su propia hija.

El señor Moore se acercó a la vieja puerta y la abrió, acompañada de un chirriante sonido.
-¡Cielos!- exclamó, bastante asustado.
Al abrir la puerta, había visto a un hombre gigante, con bastante cabello y barba negra; vestía con ropa extraña y botas gigantes.
Daba mucho miedo y aún más al ver que era un verdadero gigante corpulento.
-Disculpe, no quería asustaros. Mi nombre es Rubeus Hagrid, guardián de los terrenos de Hogwarts- se presentaba dicho gigante.
Parecía humilde y bonachón, pero los señores Moore seguían teniendo miedo de él.
-¿En qué podemos ayudarle señor...?- intentaba acordarse del nombre, John.
-Llámeme Hagrid y necesito hablar con ustedes, señores Moore- interrumpía educadamente.
Amber estaba sorprendida y asustada, pero prefirió no moverse del sillón.
John le dejó pasar y Susan lo guió al salón, para que tomara asiento.
-Iré a preparar un té... ¿Cómo le gusta el té, señor Hagrid?- preguntaba, un poco entrecortada, la señora.
-Oh, por favor, llámeme solo Hagrid y el té me gusta con dos turrones de azúcar, gracias- decía con una agradable sonrisa.
Sin más, la señora Moore le dedicó una sonrisa y caminó hacia la pequeña cocina. John se sentó al lado del gigante visitante y le dedicó una sonrisa de compromiso.
-¿Y qué le trae a nuestra casa, Hagrid?- preguntó manteniendo la misma sonrisa.
-Bueno, en verdad, me han enviado a hablar con ustedes y es algo un tanto... Difícil de explicar- continuaba- Vaya, Amber, qué guapa te has hecho... Supongo que tú sí sabes el por qué estoy aquí, ¿verdad?- miraba con cariño a la joven.
Pero la chica no sabía de qué se trataba, pero lo más extraño era que éste sabía su nombre.
-¿Cómo? ¿A qué se refiere? Amber, ¿tú conoces a este señor?- se sobresaltaba John.
-Yo... No sé, no le conozco y no le he visto nunca...- negaba la muchacha, bastante preocupada, pues no entendía lo que estaba pasando.
En ese momento, la señora Moore escucha lo que hablaban y decide salir al salón.
-¿Cómo es que conoce a nuestra hija?- se preocupaba Susan.
-Perdonen, debería de hablarles de lo que me mandaron. Su hija Amber ha sido admitida en la más prestigiosa escuela de magia y hechicería de todo el mundo- continuaba mientras tomaba una carta de su alargado abrigo- Ten, esto es para ti- concluyó con una simpática sonrisa y entregando dicha carta.
Nunca había visto semejante escudo que llevaba dicho sobre y tampoco creía en que existiera una escuela de magia...
-Perdone, si esto es una broma...- se empezaba a enfadar el señor Moore.
-¡¿Cómo que una broma?!- se enfurecía el gigante.
Amber miró con miedo a Hagrid y tragó saliva, éste la observó y la miró con ternura.
-En esa carta, encontrarás todo lo que necesitas saber sobre Hogwarts, Amber- se acercaba a ella- Todo lo que te ha pasado, desde los 4 años, no ha sido casualidad- le guiñó un ojo.
La chica comprendió lo que le había dicho y se sorprendió, pues no pensaba que lo supiera más nadie.
-¿Cómo lo ha...?- intentaba preguntar.
-Soy mago, Amber y tú también. Evidentemente, no lo has heredado de tu familia...- intentaba explicarse- Pero todo lo que te ha pasado, no es casualidad. Siempre pasa cosas extrañas cuando te enfadas o cuando tienes miedo, ¿cierto?- decía con una sonrisa cómplice.
Ella asintió, cada vez más asombrada.
-¡Esto es absurdo! ¡Mi hija ya está inscrita en el colegio donde trabajamos su madre y yo!- continuaba irritado- ¡Menuda tontería! ¿Una escuela de magia? ¡Por favor!-.
El gigante, serio, se incorporó y miró al señor Moore.
-Yo que usted, no me entrometería en las cosas de un mago, querido muggle- murmuró, casi entre dientes y amenazando con un viejo paraguas.
Amber lo miró desconcertada.
-¿Muggle?- preguntó la joven, ignorando que éste apuntaba a su padre con el paraguas.
-Significa gente no mágica- detalló Hagrid y guardando dicho objeto.
-¿Usted que se ha creído? Si ella quiere estudiar magia, le compraré un juego de magia para críos- refunfuñaba éste.
Hagrid lo miró con cierto enojo y se acercó a él.
-Escuche, su hija no es una niña que sienta deseos de aprender trucos tontos de muggles. ¡Su hija es una bruja de sangre y puede hacer cosas más allá que un simple truquito de manos!- aclaraba éste.

Amber entendía lo que decía el gigante mensajero, pero sentía temor ante las cosas que podría llegar a hacer y miró, con miedo, el sobre.
-Vamos, Amber. Léela- insistía el gigante.
La chica obedeció y abrió el misterioso sobre.
-Querida señorita Amber Joan Moore, le informamos que ha sido admitida en el colegio Hogwarts de magia y hechicería. Por favor, preste mucha atención al material escolar, que deberá llevar...- leía, bastante impresionada.
-Muy bien, suficiente- interrumpía Hagrid.
La chica se levantó de su asiento y depositó sus amarillentos ojos al gigante.
-Entonces, las cosas que me han ocurrido... Todas ellas, ¿han sido porque soy una bruja?- seguía sin creérselo.
El gigante asintió con su cabeza y le dedicó una simpática sonrisa.
-Tus clases comienzan el día uno de septiembre, es decir, mañana y hoy debes comprar todo el material escolar que te pide la carta- explicaba- Yo os acompañaré al lugar exacto para comprarlo y...- fue interrumpido.
-¡Mi hija no irá a ninguna parte!- gritaba Susan.
Hagrid la miró con cierto enojo y suspiró profundamente.
-Supuse que, algo así, iba a ocurrir...- murmuró, mientras miraba a Amber.
Los dos adultos, se miraron entre sí y devolvieron su preocupada mirada a Hagrid.
-Si no dejáis que, Amber, vaya a Hogwarts... Las consecuencias pueden ser terribles- detallaba- Ella debe aprender a usar su magia para bien, sino queréis que vuelva a desordenar el despacho o que ponga del revés el salón-.
Los padres de la chica se asustaron, pues cuando la niña solo tenía 5 años, había dejado los muebles del salón en el techo... Tal y como estaban puestos en el suelo, pero en el techo del salón.
-¡Llévesela lejos, muy lejos!- se asustaba más el señor Moore, que salió corriendo a su habitación.
Amber comenzó a reír a escondidas de sus padres, por fin, había cambiado su vida.
El momento que tanto deseaba la joven, había llegado... Por una vez, había deseado que su vida diera un vuelco y salir de la amarga rutina que le creaba el vivir con sus padres.
Estaba cansada de que, nadie, la comprendiera y que la llamaran bicho raro o que se metieran con ella por cosas que pasaban y no entendía el por qué pasaban...
Ahora lo veía de otra manera y todo parecía mejorar.
-Bueno, pues debemos irnos- decía Hagrid, mientras miraba su pequeño reloj de bolsillo.
Susan tenía miedo y miró, con temor, a su única hija.
-¿Y qué pasa con el colegio?- preguntó.
-No la matriculen más ahí. A partir de ahora, vendrá a estudiar a Hogwarts- concluyó éste, mientras caminaba hacia la puerta.
Amber le seguía, con una sonrisa de alegría, porque podría ser libre al fin.
-Por favor... Cuide de ella- rogaba Susan, mientras se mantenía en la puerta y veía cómo subían en aquella motocicleta.
-Adiós mamá, te quiero- decía, muy alegre, la niña.
En ese momento, la moto comenzó a arrancar y casi llegando al final del callejón, ésta comenzó a despegar hacia el aire.
Amber se sorprendió y se aferró a su asiento; cada vez, ascendían más y más alto en el azulado cielo.
Estaban tan altos, que podían ver los edificios como pequeñas hormigas.
-¡Cuando hablaba de magia, se refería a esto, ¿verdad?!- se entusiasmaba la castaña muchacha.
-Bueno, en Hogwarts aprenderás cosas por el estilo. Ya verás, te encantará- concluyó éste, sin apartar su vista al frente.

Amber no sabía cómo iba a ser su nuevo mundo, pero pensó que no podría llegar a ser peor que vivir con sus sufribles padres y sintió un gran alivio. Deseaba comenzar su primer año en el colegio de magia y conocer compañeros que eran como ella. Allí sería imposible que recibiera el insulto de bicho raro o burlas por el estilo.
Solo sentía ganas de llegar.


COPPERFIELD STREET

CARTA DE HOGWARTS





  

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